lunes, 31 de mayo de 2010

Puede el que ya es salvo perder su salvacion

¿Puede el que ya es salvo perder su salvación?
Este pequeño estudio lo recabe de Internet pues hay muchos hermanos que tienen esta duda y también hay muchos ministros que afirman que la salvación si se puede perder, pero leamos la Biblia y veamos lo que nos dice.
Con amor para mis hermanos Juan F Stenner O.

La certeza, seguridad y gozo de la salvación

La certeza de la salvación
Si usted recibió a Cristo recientemente, tal vez en algún momento haya dudado de que su experiencia fuera verdadera; quizás se haya preguntado si es realmente salvo. Si un nuevo creyente no tiene la certeza de que es salvo, carecerá de un cimiento sólido y difícilmente podrá crecer y experimentar las profundas realidades de la vida cristiana. Sin embargo, la Biblia afirma que podemos saber con certeza que somos salvos. ¿Cómo obtenemos esta certeza?
Leamos 1Juan 5:13
“estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.
Aquí no dice “para que penséis” ni “para que tengáis la esperanza”, sino: “para que sepáis”. No tenemos que esperar hasta el día de nuestra muerte para saber si somos salvos o no; podemos gozar de esta certeza desde hoy.

Dios lo dice en su Palabra
Primeramente, podemos tener la certeza de que somos salvos, basándonos en la Palabra de Dios.
La palabra del hombre no siempre es confiable, pero la Palabra de Dios es segura y permanente.
Es imposible que Dios mienta (He. 6:18; Nm. 23:19). Lo que El dice permanece para siempre (Sal. 119:89).
La Palabra de Dios no puede ser objeto de conjeturas. Su Palabra no es vaga ni abstracta, ya que nos fue dada de forma escrita, a saber, la Biblia.
La Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por El mismo (2Ti. 3:16). Por consiguiente, es una Palabra que podemos aceptar y creer absolutamente.
Veamos pues lo que Dios dice acerca de la salvación. El declara que el camino de salvación es una persona, Jesucristo (Jn. 3:16; 14:6; Hch 10:43; 16:31). Dios asegura: todo aquel que crea que Jesucristo fue levantado de los muertos y confiese con su boca que Jesús es el Señor, será salvo (Ro. 10:9-13).
¿Ha hecho usted esto? ¿Ha creído en Cristo y ha confesado públicamente que El es el Señor?
¿Ha invocado su nombre? De ser asi, usted es realmente salvo. Puesto que Dios lo dice, es un hecho establecido.

El Espíritu Santo da testimonio de ello.
No solo tenemos la Palabra de Dios externamente que nos garantiza que somos salvos, sino que además, internamente contamos con un testigo que nos dice lo mismo. Lo que la Biblia afirma externamente, el Espíritu lo confirma en nuestro interior. En 1Juan 5:10 dice:”el que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en si mismo”.
Quizás en ocasiones, después de haber recibido a Cristo, sintamos como que no somos salvos.
Pero si examinamos en lo mas profundo de nuestro ser, en nuestro espíritu, percibiremos un testimonio interior que nos da la certeza de que somos hijos de Dios. “el Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. (Ro. 8:16).
Si usted duda de que tenga el testimonio interno del Espíritu, simplemente haga una prueba. Trate de declarar atrevidamente: “¡Yo no soy hijo de Dios!”. Descubrirá que le resulta muy difícil aun susurrar semejante falsedad. ¿A que se debe esto? A que el Espíritu Santo en su interior le da testimonio: “¡Tu eres hijo de Dios!”.

Nuestro amor por los hermanos lo confirma
La tercera evidencia de que somos salvos es nuestro amor por todos los hermanos en Cristo.
En 1 Juan 3:14 dice: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”. Toda persona salva inevitablemente ama a aquellos que también son salvos. Las personas salvas siempre desean tener comunión y disfrutar a Cristo con otros creyentes.
Este es un resultado espontáneo de la salvación. Tal amor trasciende al “amor” egoísta y devaluado de la era actual. El amor de los creyentes es un amor imparcial, pues ama sin importar las diferencias que pueda haber entre ellos. Esta es la verdadera unidad y armonía que el mundo anhela. Pero los que recibimos a Cristo somos los únicos que poseemos tal unidad.
“¡Mirad cuan bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”. (Sal. 133:1).
Este es el testimonio de toda persona salva.
Mediante estos tres – el testimonio de la Palabra de Dios, el testimonio interior del Espíritu y el testimonio de nuestro amor por los hermanos- podemos saber con toda certeza y seguridad que somos salvos.

La seguridad de la salvación
Después de que el creyente obtiene la certeza de su salvación, quizá piense: “Se que soy salvo hoy, pero ¿Cómo puedo saber si lo seré en el futuro? Tal vez pierda mi salvación”.
Para dicha persona el problema ya no es cuestión de certeza, sino de seguridad.
Por ejemplo, un hombre que deposita una gran suma de dinero en el banco tiene la certeza de que toda esa fortuna es suya. Pero si el banco insiste en dejar abierta su caja fuerte, nuestro amigo millonario tendrá problemas con respecto a la seguridad de sus riquezas. El sabe que es rico hoy, pero no esta seguro si lo será mañana.
¿Sucede lo mismo con nuestra salvación?
¿Podemos poseerla hoy y perderla en cualquier momento?
¡De ninguna manera!
Debemos afirmar con toda confianza:
“He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo” ( Ec. 3:14).
Un hecho maravilloso con respecto a nuestra salvación en Cristo es que esta es irreversible; es decir, jamás puede ser anulada ni suprimida. Una vez que somos salvos, lo somos para siempre, ya que el fundamento de nuestra salvación es la Persona de Dios y Su naturaleza.

La salvación fue iniciada por Dios
Jesús dijo a sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a Mi, sino que Yo os elegí a vosotros”
(Jn. 15:16). En otras palabras, la salvación fue idea de Dios, no nuestra. Desde la eternidad pasada fuimos elegidos y predestinados (o señalados) por El (Ef. 1:4-5). Aun más, fue El quien nos llamo
(Ro. 8:29-30). Dado que fue el plan de Dios salvarnos, es también Su plan guardarnos en la salvación. ¿Seria posible que Dios nos hubiera elegido, señalado y llamado, para luego abandonarnos? No, pues la salvación que Dios nos dio es eterna.

El amor y la gracia de Dios son eternos
Además, el amor de Dios y Su gracia para con nosotros no son condicionales ni temporales.
El amor que nos salvo no provino de nosotros sino de El (1 Jn. 4:10). Dios nos amo con un amor eterno (Jer. 31:3). Su gracia nos fue dada desde la eternidad, antes que el mundo fuese (2Ti.1:9).
Cuando Cristo nos ama, nos ama hasta el fin (Jn. 13:1). Por consiguiente, ningún pecado, fracaso o debilidad nuestra podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Ro. 8:35-39).

Dios es justo
Nuestra salvación esta fundada no solo en el amor y la gracia de Dios, sino también, y con mayor solidez, en Su justicia. Nuestro Dios es justo; la justicia y la rectitud son el cimiento de Su trono
(Sal. 89:14). Si El fuera injusto, Su trono carecería de fundamento. Por lo tanto, si nuestra salvación se basa en la justicia de Dios, ciertamente es sólida y estable.
Supongamos que usted se pasa un semáforo en rojo y le imponen una multa. La multa es un castigo justo, y la ley exige que usted pague. Si el juez pasa por alto la infracción cometida y lo libera de la responsabilidad sin tener que pagar la multa, tal juez sería injusto. No importa si usted le cae bien al juez o no, el esta obligado por la ley a exigirle el pago de la multa.
Del mismo modo, nuestro problema con Dios antes de ser salvos era un problema legal.
Habíamos quebrantado Su ley por nuestro pecado, y por ello habíamos quedados sujetos al justo juicio de la ley. Conforme a la ley de Dios, todo trasgresor debe morir (Ro. 6:23; Ez.18:4). No depende de que Dios, por amor, pase por alto nuestros pecados olvidándose del juicio de la ley; si El hiciera esto, su trono se derrumbaría. El esta obligado por Su propia ley a juzgar el pecado.
¿Qué otra cosa podría hacer?
Ya que el deseo de Dios era salvarnos y nosotros no éramos capaces de pagar la deuda por nuestro pecado. El en Su misericordia decidió pagarla por nosotros. Hace dos mil años Jesucristo, Dios encarnado, vino a morir en la cruz para saldar la deuda de nuestro pecado. Únicamente El era apto para morir en nuestro lugar, ya que en El no existía pecado. Por eso, Su muerte fue aceptable delante de Dios, y El lo levanto de entre los muertos. Asi que ahora, cuando creemos en Cristo, Dios toma Su muerte como la nuestra. De esta manera, nuestra deuda por el pecado es justamente pagada, y por consiguiente somos salvos.
Sobre la base de todo lo anterior, ¿podría Dios quitarnos la salvación que Cristo compró? ¡Por supuesto que no! Ya que nuestra deuda fue saldada, Dios seria injusto si nos exigiera el pago de nuevo. La misma justicia que anteriormente requería nuestra condena, ahora reclama nuestra justificación.
¡Cuan segura es nuestra salvación! Ni siquiera un juez mundano se atrevería a sugerir que una misma fuera pagada dos veces. Mucho menos Dios, quien es la fuente de toda justicia y rectitud.
Por lo tanto, la Biblia declara que cuando Dios nos salva, manifiesta Su justicia (Ro. 1:16-17; 3:25-26)

Ahora somos hijos de Dios
Cuando fuimos salvos no solo recibimos la salvación, sino que también llegamos a ser hijos de Dios, al nacer de Su vida eterna (Jn. 1:12-13). Tal vez un padre terrenal pueda quitarle a su hijo algo que le hubiese regalado, pero jamás le quitaría la vida que le impartió mediante el nacimiento.
Aunque su hijo se porte mal, seguirá siendo su hijo. De igual manera, nosotros somos hijos de Dios, y aunque tengamos muchas debilidades y requiramos de su disciplina, nuestros pecados y flaquezas no cambian el hecho de que somos Sus hijos. La vida que recibimos en nuestro nuevo nacimiento es la vida eterna, la vida indestructible, la propia vida de Dios, la cual jamás muere. Una vez que nacemos de nuevo, no podemos deshacer este hecho.

Dios es poderoso
Otro factor que garantiza nuestra salvación es el poder de Dios. El no permitirá que nada ni nadie nos arrebate de Sus manos. Jesús dijo:”Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatara de Mi mano. Mi Padre…es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre” (Jn. 10:28-29). La mano del Padre y la mano del Señor Jesús son dos manos poderosísimas que nos sostienen firmemente. Aun si nosotros intentáramos escapar de esas manos, no lo lograríamos. Dios es más fuerte que Satanás y que nosotros.

Dios jamás cambia
Si la salvación se perdiera, muchos de nosotros ya la habríamos perdido. Los seres humanos somos muy volubles.
Un día estamos eufóricos y al siguiente, deprimidos. Pero nuestra salvación no se basa en nuestros sentimientos fluctuantes, sino que esta arraigada y cimentada en el amor y la fidelidad inmutables de Dios (Mal. 3:6). Jacobo (Santiago) 1:17 dice: “Del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni oscurecimiento causado por rotación”. Y en Lamentaciones 3:22-23 leemos: “Nunca decayeron Sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”. Si El nos amo tanto como para salvarnos, con seguridad nos ama lo suficiente como para preservarnos en esa salvación. ¡Grande es Su fidelidad!

Cristo lo prometió
Finalmente, Cristo mismo ha prometido guardarnos, sostenernos y no abandonarnos jamás. Aunque los hombres son infieles y no cumplen sus promesas, Cristo siempre cumplirá lo que prometió. Leamos lo que El promete: “Al que a mi viene, por ningún motivo le echare fuera” (Jn. 6:37); “No te desamparare, ni te dejare” (He. 13:5). Estas promesas del Señor son incondicionales; lo cual quiere decir que bajo ninguna circunstancia El ha de desecharnos ni desampararnos. Esta es Su fiel promesa.
¡Que sólida es la seguridad de nuestra salvación! Dios nos eligió, nos predestino y nos llamo; además, nos dio su amor, Su gracia, Su justicia, Su vida, Su fortaleza, Su fidelidad inmutable y Sus promesas. Todo esto es el fundamento, la garantía y la seguridad de nuestra salvación. Así que, podemos declarar juntamente con Pablo: “Yo se a quien he creído, y estoy persuadido de que es poderoso para guardar mi deposito para aquel día” (2Ti. 1:12).

El gozo de la salvación
Ya hablamos de la certeza de nuestra salvación, esto es, de cómo podemos saber que somos salvos. Además, confirmamos la seguridad de nuestra salvación, el hecho de que jamás la perderemos. Pero, ¿es esto suficiente? Desafortunadamente muchos creyentes están satisfechos con llegar hasta aquí, con tener la salvación y estar seguros de ello. No obstante, su gozo o disfrute de la salvación es muy escaso.
Retomemos el ejemplo de la persona que guarda sus millones en el banco. El puede tener la certeza de ser rico, e incluso la seguridad de que su deposito esta a salvo, pero si nunca gasta nada y se conforma con llevar una vida pobre y limitada, podríamos decir que no disfruta de sus riquezas. En teoría él es muy rico, pero en la práctica no posee nada.
Esta es la condición de muchos cristianos actualmente. Son salvos, pero en su vida diaria experimentan muy poco de las inescrutables riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Sin embargo, Dios no solo desea que tengamos a Cristo, sino que además lo disfrutemos, y que lo hagamos al máximo (Jn. 10:10; Fil. 4:4). La condición normal de los creyentes debe ser la siguiente: “Os alegráis con gozo inefable y colmado de gloria” (1P. 1:8).
Sin embargo, tenemos que admitir que muchas veces no tenemos este gozo desbordante. ¿Significa esto que hemos perdido nuestra salvación? ¡No! Nuestra salvación esta basada en Dios, no en nosotros. No obstante, aunque jamás perderemos nuestra salvación, si podemos perder el gozo de la salvación.







La pérdida del gozo de la salvación
¿Cuáles son las causas de que en ocasiones perdamos nuestro gozo? La primera es el pecado.
El gozo depende de nuestra comunión continua con Dios, pero el pecado nos aparta de El y hace que El esconda Su rostro de nosotros (Is. 59:1-2).
Otra razón por la que perdeos el gozo de la salvación es que ocasiones contristamos al Espíritu Santo (Ef. 4:30). Al ser salvos, llegamos, llegamos a ser templo de Dios, lo cual significa que Su Espíritu mora en nosotros (1 Cor. 6:17,19; Ro. 8:9, 11, 16).
Tal espíritu en nuestro interior no es una fuerza ni una cosa, sino una Persona viva, a saber, Jesucristo mismo (1Co. 15:45; 2Co. 3:17; 13:5). Como cualquier persona, El tiene sentimientos y propósitos. Por lo tanto, cuando contristamos al Espíritu Santo, nuestro espíritu también se contrista, ya que ambos espíritus están unidos (1Co. 6:17), y en consecuencia, perdemos nuestro gozo.

Mantener el gozo de la salvación
Nuestra salvación es firme como una roca, pero el gozo de la salvación es como una delicada flor,
La cual puede ser perturbada incluso por la más ligera brisa. De aquí que, el gozo es algo que necesitamos cultivar y sustentar. ¿Qué debemos hacer para mantener este gozo?
En primer lugar, debemos confesar nuestros pecados (1Jn. 1:7, 9). Cuando confesamos nuestras faltas al Señor, Su sangre nos limpia, y nuestra comunión con El es restaurada.
Después de que David pecó, oró de la siguiente manera: vuélveme el gozo de tu salvación” (Sal. 51:12). No es necesario esperar para obtener el perdón, pues la sangre preciosa de Cristo nos limpia de todo pecado.
En segundo lugar, debemos tomar la Palabra de Dios como nuestro alimento. Jeremías dijo: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). Muchas veces al leer y orar la Palabra de Dios, nuestro corazón rebosa de alegría. Una persona con hambre no puede ser feliz. Del mismo modo, no debemos ser creyentes mal nutridos; por el contrario, debemos alimentarnos constantemente con la Palabra del Señor, la cual es como un banquete continuo (Mt. 4:4)
En tercer lugar, debemos orar. En muchas ocasiones, después de abrir nuestro corazón al Señor y expresarle abiertamente nuestro sentir, experimentamos un gozo profundo y somos refrescados.
En Isaías 56: 7 dice que El nos llenara de gozo en Su casa de oración. La verdadera oración no es una repetición de palabras y frases habituales; más bien, es derramar nuestro corazón y nuestro espíritu ante el Señor. Jesús dijo: “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 16:24). La verdadera oración nos hace libres y nos llena de disfrute.
Finalmente, debemos tener comunión con otros. El mayor gozo de un creyente es estar con otros que aman y disfrutan a Cristo. No existen palabras humanas que puedan describir la dulzura que experimentamos al reunirnos con otros creyentes, alabar juntos al Señor y compartir acerca de El. En 1 de Juan 1:3-4 dice: “Para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que nuestro gozo sea cumplido”. La verdadera comunión no es algo que tengamos que hacer por obligación, sino un disfrute; es el gozo más grande que hay sobre la tierra.
Así pues, ahora tenemos la certeza, la seguridad y el gozo de haber recibido la salvación. ¡Alabamos al Señor por una salvación tan completa!

03 de Abril de 2010